Panamá
Los pecados capitales, la ira
La ira es una droga por su capacidad resolutiva, porque es la solución nuclear; la ira es tumbar la puerta antes que abrir la cerradura.
- Alonso Correa
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- - Actualizado: 01/11/2023 - 12:00 am
Puede llegar a ser la llave de la salvación. Puede convertirte en héroe, en villano o en salvaje. Es, así como lo que vaya a blandir tu mano, una espada con filo en la empuñadura, una pistola que apunta a su portador.
La ira es muchas cosas, es más de lo que podemos llegar a pensar de ella, tiene capas, variaciones. La ira es pecado, sí, porque te aleja del camino, porque rebosa de efectividad para los problemas cotidianos. La ira es una droga por su capacidad resolutiva, porque es la solución nuclear; la ira es tumbar la puerta antes que abrir la cerradura.
La efectividad, la rapidez y la eficacia que demuestra la furia es muy adictiva. Pongámonos en situación, uno de esos días que alteran hasta al mismísimo Buda, sacan de sus casillas a la Madre Teresa de Calcuta y consiguen exacerbar hasta a San Severino; esos días que consiguen que hasta Job se quiebre.
Ahora, teniendo la seguidilla diaria de mala suerte detrás de nosotros, se nos presenta una minucia, una nimiedad que en cualquier otro día lo resolveríamos de manera audaz e inteligente, hoy no, hoy se convirtió en la gota que ha derramado el vaso, ha inundado la alfombra y ha manchado el sofá, hoy, ese minúsculo inconveniente se ha transformado en la más grande afrenta que se nos ha presentado en la vida.
La ira, primitiva e innata, aparece como la solución. La ira desencadenada es tan potente, tan brutal, que tiene que cegarte de furia para que no seas testigo de lo que puedes llegar a hacer. Es por eso que es tan pegajosa, porque, para terminar el ejemplo, cuando hayas liberado la frustración y el estrés, cuando la ira haya ganado, a ti solo te quedará limpiar las cenizas de tu furioso incendio. La decisión se muestra fácil, darle alas a los impulsos, vivir de ataque de ira en ataque de ira se va convirtiendo en más una metodología que en un brote.
Y es ahí, en ese exacto punto, la razón, el porqué de su categorización como pecado capital. Un iracundo no es alguien que viva constantemente rebosando emoción porque la complejidad de la experiencia humana impide una parodia tan burda del hombre, pero un iracundo sí que es alguien que ha descubierto en la ira una solución rápida, sencilla y "barata" para solucionar sus fracasos y desilusiones.
Un iracundo es un adicto, un yonqui del medio sencillo para no tener que enfrentarse a la vida, le entregó los mandos a su parte más primigenia y se ha decantado por no luchar por el control. Es por eso que la ira es pecado, porque el iracundo, cegado por la ira, ignorante de sus actos y víctima de sus acciones, es incapaz de conseguir una pizca de paz, un pedazo de alegría. Porque vive constantemente sufriendo los reveses de un parásito que desea escapar.
Y es que así como los oleajes de una adicción, los vaivenes de una situación angustiosa, la ira es un obstáculo a superar, una cima que conquistar. Porque es sencillo darse el lujo de simple y llanamente seguir dándole cuerda a un carnaval obsceno y violento, pero es mucho más placentero a largo plazo el trabajo reflexivo, estoico y filosófico de resolver una situación de la manera más fría y calculada posible.
Porque, como he dicho ya en ocasiones anteriores, somos los dueños de nuestro destino, los creadores de nuestras realidades y esa es una virtud que no debemos cederle a nada ni a nadie. Porque es en ella donde se halla la más absoluta plenitud, la paz más completa.
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