Impuestos e influencia extranjera
- Alonso SolÃs/Humberto Cornejo
- - Publicado: 24/5/2004 - 11:00 pm
Los gobiernos no son motores de desarrollo como se ha llegado a creer en todo el mundo. Los países que han llegado a ser ricos siguen siendo los ricos del mundo y los que eran pobres siguen siendo los pobres de hoy, con pocas excepciones como Taiwan, que logró su despegue económico cuando Estados Unidos le retiró la ayuda, o como Chile, sin ayuda externa.
La brecha entre países ricos y pobres ha aumentado a la par de que aumenta la ayuda externa, a pesar de que los pobres pueden aprovechar los conocimientos y adelantos tecnológicos de los ricos. Esto es paradójico, pero tiene su explicación.
Las erogaciones de ayuda van acompañadas de condiciones, es decir, imposiciones políticas consideradas beneficiosas.
Así llegaron a prevalecer todas las prácticas reguladoras, intervencionistas y redistributivas típicas del Estado Benefactor que invariablemente recomiendan.
Su afán es disminuir "la brecha" entre ricos y pobres basados en la ingenua idea que el mundo es un juego de suma cero en el que la riqueza de unos es la causa de la pobreza de otros.
Por ello, no nos extrañe que siempre apoyen el aumento de impuestos a niveles que hubieran imposibilitado su propio desarrollo, hace un siglo o más.
Los países desarrollados eran ricos antes de adoptar todas las políticas que tratan de imponer a los gobiernos de países en desarrollo y tratar así de resolver los problemas sociales redistribuyendo la riqueza.
La cultura de trabajo, innovación y responsabilidad personal que se había arraigado en los países ricos a través de muchas generaciones va desapareciendo.
No sabremos cuánto mejor estarían esos mismos países si hubiesen seguido con las prácticas que los hicieron ricos. Si comparamos países donde menos regulan los mercados financieros, laborales y comerciales veremos que logran éxito los que regulan menos.
De esa manera, la brecha ha aumentado entre Estados Unidos y Europa, que regula más, en especial en el mercado laboral.
Allan Woods, el jefe de la ayuda al exterior de Estados Unidos (AID), dice que no se sabe de país alguno que haya logrado salir de la pobreza debido a la ayuda externa.
En los países ricos sí hay gente que comprende cómo se sale de la pobreza, pero ellos están ocupados creándola y no son parte de las burocracias que se incorporan a los programas de ayuda. Estos burócratas difícilmente comprenden qué fue lo que los hizo ricos porque son producto de la cultura del Estado Benefactor.
Más bien creen que su bienestar se debe a políticas que sus gobiernos adoptaron después de ser ricos.
Los países que hoy son ricos tenían una carga fiscal de alrededor del 8% durante los años de su despegue y no se aumentaron los impuestos hasta que ya habían logrado una masa crítica de desarrollo.
En Suecia, que es a menudo citada como ejemplo, en los cincuenta años de 1860 a 1910, cuando era todavía subdesarrollada, los salarios aumentaron en 170%, más rápido que en períodos subsiguientes, mientras su gasto fiscal era menos de 6% del Producto Interno Bruto (PIB).
En 1950 alcanzaron el cuarto lugar en ingresos personales. Pero cuando aumentaron los impuestos, bajo la social democracia, su tasa de crecimiento bajó a 2% anual, devaluaron cinco veces y el sector privado no creo ni un solo empleo nuevo en 50 años.
En cuanto a ingresos personales, hoy ocupan el puesto 17º. Así es que, por favor, no nos pongan a Suecia como ejemplo. Esos países ricos, con laudable voluntad, desean ayudar a los países pobres.
Sin embargo, confunden causa con efecto porque en las escuelas y universidades les enseñaron que lograron hacerse ricos gracias al gobierno y no a pesar de éste, ortodoxia que hoy prevalece y tanto daño hace.
La brecha entre países ricos y pobres ha aumentado a la par de que aumenta la ayuda externa, a pesar de que los pobres pueden aprovechar los conocimientos y adelantos tecnológicos de los ricos. Esto es paradójico, pero tiene su explicación.
Las erogaciones de ayuda van acompañadas de condiciones, es decir, imposiciones políticas consideradas beneficiosas.
Así llegaron a prevalecer todas las prácticas reguladoras, intervencionistas y redistributivas típicas del Estado Benefactor que invariablemente recomiendan.
Su afán es disminuir "la brecha" entre ricos y pobres basados en la ingenua idea que el mundo es un juego de suma cero en el que la riqueza de unos es la causa de la pobreza de otros.
Por ello, no nos extrañe que siempre apoyen el aumento de impuestos a niveles que hubieran imposibilitado su propio desarrollo, hace un siglo o más.
Los países desarrollados eran ricos antes de adoptar todas las políticas que tratan de imponer a los gobiernos de países en desarrollo y tratar así de resolver los problemas sociales redistribuyendo la riqueza.
La cultura de trabajo, innovación y responsabilidad personal que se había arraigado en los países ricos a través de muchas generaciones va desapareciendo.
No sabremos cuánto mejor estarían esos mismos países si hubiesen seguido con las prácticas que los hicieron ricos. Si comparamos países donde menos regulan los mercados financieros, laborales y comerciales veremos que logran éxito los que regulan menos.
De esa manera, la brecha ha aumentado entre Estados Unidos y Europa, que regula más, en especial en el mercado laboral.
Allan Woods, el jefe de la ayuda al exterior de Estados Unidos (AID), dice que no se sabe de país alguno que haya logrado salir de la pobreza debido a la ayuda externa.
En los países ricos sí hay gente que comprende cómo se sale de la pobreza, pero ellos están ocupados creándola y no son parte de las burocracias que se incorporan a los programas de ayuda. Estos burócratas difícilmente comprenden qué fue lo que los hizo ricos porque son producto de la cultura del Estado Benefactor.
Más bien creen que su bienestar se debe a políticas que sus gobiernos adoptaron después de ser ricos.
Los países que hoy son ricos tenían una carga fiscal de alrededor del 8% durante los años de su despegue y no se aumentaron los impuestos hasta que ya habían logrado una masa crítica de desarrollo.
En Suecia, que es a menudo citada como ejemplo, en los cincuenta años de 1860 a 1910, cuando era todavía subdesarrollada, los salarios aumentaron en 170%, más rápido que en períodos subsiguientes, mientras su gasto fiscal era menos de 6% del Producto Interno Bruto (PIB).
En 1950 alcanzaron el cuarto lugar en ingresos personales. Pero cuando aumentaron los impuestos, bajo la social democracia, su tasa de crecimiento bajó a 2% anual, devaluaron cinco veces y el sector privado no creo ni un solo empleo nuevo en 50 años.
En cuanto a ingresos personales, hoy ocupan el puesto 17º. Así es que, por favor, no nos pongan a Suecia como ejemplo. Esos países ricos, con laudable voluntad, desean ayudar a los países pobres.
Sin embargo, confunden causa con efecto porque en las escuelas y universidades les enseñaron que lograron hacerse ricos gracias al gobierno y no a pesar de éste, ortodoxia que hoy prevalece y tanto daño hace.
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