Panamá
Sobre el sentido de justicia
Mientras no prevalezca una visión clara de las cosas, los caminos que tomamos podrían estar errados y, los destinos, quedarían entonces en las manos del azar.
- Arnulfo Arias Olivares
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- - Actualizado: 13/7/2023 - 12:00 am
Como todo el arte más genuina, del género que sea, cada obra está concatenada, de una forma u otra, con otra que la ha precedido. Por eso, no resulta extraño que encontremos enseñanzas ya prescritas dentro del budismo, en el Nuevo Testamento; o que haya reminiscencias de las meditaciones de Marco Aurelio, en los pasajes de filósofos modernos que se atribuyen como suyo lo que ya había sido escrito. Una de esas enseñanzas, de tipo universal, se encuentra recogida delicadamente en una fábula que, aunque cambia de cultura y de autor, guarda para nosotros la misma enseñanza.
Se refiere a una prenda -algo de valor estimado- que ha caído en algún charco no profundo. El que la perdió comienza a agitar el agua, más bien enturbiándola. Otro compañero, que ve su acción y su desgracia, le dice que deje que las aguas se aclaren y que, posteriormente, busque el bien preciado que ha perdido. Se refiere, desde luego, al hecho de que, mientras no estamos serenos y tranquilos, difícilmente lograremos afincarnos en un cometido.
Mientras no prevalezca una visión clara de las cosas, los caminos que tomamos podrían estar errados y, los destinos, quedarían entonces en las manos del azar. En alguna forma u otra, veo también así la justicia, enmarcada en letras de firmeza normativa y lujo encuadernado, pero ineficaces, inútiles al fin. ¿De qué nos sirve proclamar tan bellamente la inmutabilidad de los derechos fundamentales?; ¿la extracción de su alcance por parte del poder constituido y arbitrario, muchas veces?; ¿la ritualidad obsoleta de procesos que no llevan hacia fin alguno, más allá de la satisfacción egoísta de no haber proclamado la justicia real, que hoy tanto reclaman? Es como si el agua turbia del sistema actual no nos permitiera vislumbrar la joya pacificadora de la justicia; una justicia que no le corresponde a ningún hombre dar, sino reconocerla simplemente, porque ya existía mucho antes del mandato dado y del vehículo por medio del cual se descarrilla a veces.
Los tribunales, en materia de derechos fundamentales, no pueden otorgar lo que ya le corresponde al hombre por naturaleza. Sin embargo, se atribuyen tal resolución, se empecinan muchas veces en el empeño puntual de denegar una equidad que solamente están llamados a reconocer, pero que no la pueden otorgar.
Hay un secuestro ritualista de la justicia, encamisada por procedimientos que son una cadena para la libertad del ejercicio derechos que le podrían corresponder a cada cual, ya no tanto por la ley ni por constitución alguna, sino por la dignidad y por la existencia humana, que de por sí se los concede, sin necesidad de un tribunal.
Esa apropiación en la concesión de los derechos es atesorada muy celosamente por nuestros sistemas de justicia, como antaño se le concedían perdones eternos y sillas en el cielo a quienes tuvieran suficientes bienes para pagar su precio en vida. El ciudadano común, que acude a estas instancias de columnas marmoladas y pisos relucientes de cristal de piedra, se siente aminorado, perplejo y confundido.
Debe ahora ir a rogar por el bautismo de derechos que son propios, que no requieren validación formal alguna en salas de justicia, que parecen bibliotecas en las que se empastan libros con las páginas de aire en su interior. El sentido de justicia es pleno en todo aquel que lo persigue, pero el camino hacia su ascenso está muchas veces reservado a quienes lo han trazado en beneficio propio. La justicia de hoy se despliega ante nosotros como una servidumbre privativa, reservada solamente a aquellos pocos elegidos que pueden transitarla, con el beneplácito, la complacencia y contubernio de los que se han apoderado de ella. El camino de justicia es muy distinto a la sensación de privación de ella que se sufre hoy día. El agua turbia en que ha caído el bien preciado de la justicia solo se podrá aclarar, para encontrarla, cuando todos en consenso arrollador podamos exigirla de quienes la resguardan muy celosamente en medio de esa misma turbiedad.
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