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Un niño desnutrido
Un conjunto de huesos cubiertos por un hilo de carne, la piel como de cartón, el cabello ralo, el llanto suave. No hay fuerzas ni para inhalar el aire, encorvado el cuerpo hacia la tierra, la mirada ida, buscando en el horizonte la fuerza que no le llega..
- Rómulo Emiliani
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- - Publicado: 02/11/2019 - 12:00 am
Un niño desnutrido es como un árbol sin ramas, un mar sin agua, un cielo sin sol, una tierra árida.
Su situación inhumana es fruto de una trama del mal del egoísmo que acapara, todo lo puede, terrible pecado de codicia y avaricia, y no repara que hay mucha hambre y tanta gente que muere por culpa de la indiferencia maligna del que puede.
Un conjunto de huesos cubiertos por un hilo de carne, la piel como de cartón, el cabello ralo, el llanto suave.
No hay fuerzas ni para inhalar el aire, encorvado el cuerpo hacia la tierra, la mirada ida, buscando en el horizonte la fuerza que no le llega.
Se mueren lentamente y son nuestros hermanos.
Y la gente confunde que en el pueblito o en el barrio miseria, dicen que el niño murió de neumonía, y qué va, fue la anemia, la desnutrición galopante que le bajó las defensas, y por eso se lo llevó la muerte.
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Si viéramos cómo brilla su alma con la luz de Dios, si supiéramos que Él está presente en ese niño, que el Señor sufre en el organismo raquítico de esa criatura, correríamos a dar de comer a ese hijo del Padre Divino, que padece hambre por culpa de un cruel destino fabricado por el corazón de piedra que habita en nosotros.
Porque tenemos tanto y nos sobra, y nos pasamos haciendo dietas para bajar de libras, mientras que hay muchos que desearían tener al día una sola comida balanceada. Y a nivel de sociedad, de familias y empresas, de entidades públicas y privadas, de países y organismos internacionales, hay tantos recursos mal utilizados.
Tantos niños en nuestra patria que padecen de ese flagelo y millones en el mundo que mueren sin remedio, ante la impotencia de madres que con el corazón desgarrado ven con tristeza cómo el monstruo del hambre hace estragos en los músculos, huesos y sangre de esas vidas que se deshacen en total desamparado.
Y ante la pregunta de Dios: ¿Caín, donde está Abel?, respondemos: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?, guardando distancia de la tragedia y mirando hacia otro lado, donde están nuestros ídolos trepados en ese carrusel del circo que nos aliena, nos distrae y no deja que nos golpee la mirada compasiva ante el niño que con dolor se muere.
Oigan, nosotros tenemos de sangre manchada las manos, porque por indiferencia dejamos que el hambre asesine a esos niños negándoles el pan y son nuestros hermanos, porque el poder hacer algo por ellos y no hacerlo es pecado de omisión grave y de Dios nos aleja.
Monseñor
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