Enfermarse y que la prueba sea negativa
Acudí a la sala de urgencias, donde los médicos me dijeron que mis síntomas e historial de viajes los hacía pensar que tenía el virus, pero que no estaba lo suficientemente enfermo para que me administraran la prueba.
- Ross Douthat
- - Publicado: 29/3/2020 - 11:00 am
Al momento de escribir este artículo, se han administrado aproximadamente 313.000 pruebas en Estados Unidos para diagnosticar el coronavirus, y más de 270.000 personas han tenido un resultado negativo. Soy una de esas personas. Esta es mi historia, que ofrezco con una conclusión definitiva.
Viajé mucho en las semanas anteriores al cierre de emergencia en Estados Unidos para promocionar un libro sobre (oh, ironía) la decadencia del mundo desarrollado. Estuve en Nueva York, Washington, Boston, Los Ángeles y luego en casa en Connecticut, y por último de regreso a Nueva York y D.C.
Consideraba que estaba bien informado sobre el coronavirus: había seguido las noticias de Wuhan por medio de videos chinos poco nítidos y perfiles de alarmistas en Twitter, advertí a mis parientes escépticos que debían aprovisionarse y prepararse para no salir de casa y llené las repisas del sótano con arroz y frijoles, toallas de papel, las obras.
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Sin embargo, también creía, de manera un poco absurda, que si era lo suficientemente sabio podía estar un paso adelante del virus: dejé de saludar de mano desde mucho antes, llevaba desinfectante conmigo a todas partes, hacía proyecciones de las primeras cifras de casos a fin de calcular cuánto tiempo podía viajar con seguridad y cuándo iba a estallar el virus y el país se cerraría.
Mi predicción del cierre fue correcta: llegué a casa y comencé a cancelar eventos reservados a futuro justo antes de que comenzaran los cierres de emergencia. Pero el día después de mi regreso, me sentía adolorido y extraño, y la mañana siguiente me levanté con una tos seca, opresión en el pecho y dolor en los pulmones.
Acudí a la sala de urgencias, donde los médicos me dijeron que mis síntomas e historial de viajes los hacía pensar que tenía el virus, pero que no estaba lo suficientemente enfermo para que me administraran la prueba. Me dijeron que me pusiera en cuarentena por dos semanas, o al menos hasta que abrieran los centros de pruebas desde el automóvil y que me mantuviera lejos de mi esposa (con ocho meses de embarazo) y de mis hijos, tanto como fuera posible.
Sin embargo, el mismo día dos de nuestros hijos también se sintieron enfermos, tenían tos seca y profunda, fiebre moderada y congestión nasal. Mi esposa tenía tos seca y dolor en el cuerpo. Así que hicimos cuarentena en familia. Traté de escribirles a todas las personas con las que había estado la semana anterior para hacerles saber que era un caso sospechoso. Y tratamos de hallar la manera de conseguir una prueba.
En los siguientes días, el dolor en mis pulmones empeoró, aunque nunca tuve fiebre. Me faltaba el aire después de leerles a los niños y me sentía mareado al levantarme. Hablar por teléfono era como correr una carrera. Había padecido una enfermedad grave en mi vida e incontables resfriados y gripes; ninguno de mis síntomas se parecía a los de esas experiencias pasadas.
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Tres días después de la visita a la sala de urgencias, logré conseguir un referido médico para que mi hijo de 4 años (el más pequeño y el más enfermo de nuestros hijos) y yo nos hiciéramos la prueba en el Hospital Waterbury, que era el único centro de pruebas habilitado como autoservicio en el estado. Fue un episodio surrealista, una escena de ciencia ficción que sucede en un pueblo industrial deslucido, con enfermeras que vestían trajes espaciales y médicos enmascarados que dirigían el tránsito mientras trabajadores de la construcción sin máscaras estaban por ahí por casualidad. Bajamos las ventanillas, tomaron muestras de nuestra nariz una vez, prometieron que los resultados estarían listos en tres días y nos mandaron a casa.
Luego esperamos. Familiares y vecinos nos llevaban víveres, los dejaban en la puerta del frente como regalos de duendes amables. Los niños pasaron algunas malas noches, luego comenzaron a mejorar. Tratamos de caminar por el vecindario (los médicos de la sala de urgencias nos habían recomendado hacerlo), pero de inmediato descubrimos que las aceras estrechas nos hacían tener que alejarnos de nuestros vecinos todo el tiempo, lo cual requería gritar explicaciones que provocaban confusión, y en algunos casos, temor en otros. Entonces, comenzamos a salir en auto, buscando rincones desiertos en parques estatales, un área verde vacía cerca de un monasterio, cualquier lugar con pasto y aire, y poca probabilidad de contacto humano.
Pasaron cinco días sin que recibiéramos los resultados de la prueba. Mis síntomas se estabilizaron, fluctuaron y luego menguaron un poco; los de mi esposa casi desaparecieron. Teníamos amigos en Minnesota que estaban pasando por una experiencia similar: su familia había estado en un crucero de Disney justo antes de los cierres (son “true americans”) y regresaron enfermos; para la mayoría fue como una gripe, pero el marido, un hombre de un físico y temperamento muy distintos a los míos, tenía los mismos síntomas que yo: dificultad para respirar, opresión en el pecho y se quedaba sin aliento.
Al fin recibimos nuestros resultados; aparentemente, la muestra se había enviado al laboratorio equivocado y el laboratorio había llamado al consultorio que no era para informar del resultado. La prueba era negativa. Al tratar de explicar mis síntomas, nuestra doctora especuló sobre gripes que ocasionan ataques asmáticos en gente sana. Pero también mencionó que muchas de las personas infectadas dan negativo en la prueba con una sola muestra de la nariz (en un estudio de pacientes chinos, la muestra de la nariz detectó solo alrededor del 60 por ciento de los casos de coronavirus).
Al día siguiente, nuestros amigos de Minnesota recibieron los resultados del marido; también eran negativos.
La prueba de mi hijo se demoró, los resultados llegarían un día después, según dijeron. Eso fue hace tres días y ayer —cuando, literalmente, estaba leyendo la edición final de esta columna— nuestra doctora nos llamó con la noticia de que aparentemente no podían completar su prueba, que debían repetir una parte ya que no obtuvieron material suficiente en la muestra inicial.
Así es como, en apariencia, concluye nuestra experiencia con la prueba de diagnóstico. Nuestra cuarentena familiar está a punto de llegar a los catorce días. Me siento mejor, aunque todavía hay episodios de dolor en el pecho y malestar. Mi esposa está bien ahora. Los niños tienen lo que podría equivaler a residuos de un resfrío, ya no es nada para preocuparse. Ya sea que lo hayamos tenido o no, parece que estamos saliendo bien librados.
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Entonces, ¿lo tuvimos? Existen tres posibilidades. La primera es que en mis viajes adquirí otro virus, uno que compartí con mi familia, que parecía imitar algunos de los síntomas del coronavirus durante el momento exacto en el que el brote se aceleró.
La segunda es que solo tuvimos una gripe normal y hay algún tipo de psicología de masas durante las pandemias que hace que la gente que se enferma de otras afecciones experimente algún tipo de sintomatología empática que refleja la enfermedad más peligrosa.
La tercera posibilidad es que mis resultados negativos estuvieron mal y la prueba de mi hijo podría haber sido positiva de no haber sido deficiente.
Desde la perspectiva de nuestra familia, espero que sea el tercer caso; lo cual significaría que pasamos por la enfermedad, con suerte adquirimos algún tipo de inmunidad y podemos respirar un poco más tranquilos mientras nos acercamos al nacimiento de nuestro hijo.
Sin embargo, desde la perspectiva del país, sería mejor que no la hubiésemos tenido, porque serían malas noticias para todos nuestros esfuerzos de contención si hubiera muchos falsos negativos.
No obstante, dado que no podemos saberlo, mi familia saldrá de nuestra experiencia de “¿tenemos coronavirus?” sin respuestas y entrará de vuelta a la misma incertidumbre que todos los demás.
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